Aquella tarde estábamos mas
juguetones que de costumbre, y cuando acabamos la cena, ella se acercó y me
preguntó cuando llevaba sin correrme.
-Una semana, creo –le contesté.
Aunque quizá me haya hecho algún trabajillo en la ducha.
-En la ducha, ¿Eh? –dijo ella-
vamos a la habitación.
A continuación me llevó a la
habitación y me ordenó que me desnudara. Después me puso el antifaz y el
corazón comenzó a acelerarse.
Con gran maestría y rapidez me ató las manos a los muslos y los tobillos a la barra espaciadora, dejando mis
piernas bien abiertas. A continuación cogió la máscara y ajustó con fuerza las
correas, la venda y la mordaza.
Cuando me tuvo bien inmovilizado,
salió de la habitación y me dejó un rato con el corazón a cien.
A su vuelta, tras diez o quince
minutos, se subió sobre mí y me cabalgó hasta llegar al orgasmo.
Cuando terminó, jadeante, se
tumbó a mi lado y sujetó con fuerza mi pene, que estaba a punto de eyacular.
Me
dio tres fuertes sacudidas y llegué por fin a un intenso orgasmo. Pasaron unos
minutos y pensé que Dita me liberaría de mis ataduras, pero sus planes conmigo distaban
mucho de la liberación.
-Te diré lo que va a pasar
perrito mío –me dijo levantando mi pene, ya en estado flácido.
-Te voy a tener amarrado todo el
tiempo que me apetezca, una hora, dos, toda la noche… y cada vez que me plazca
te sacudiré la verga hasta que te corras, una y otra vez, y cada vez que lo
hagas, que lo harás, créeme, sumaré un punto, y luego otro, y otro…y cuando te
haya dejado seco, entonces te pondré ese aparato de castidad que tengo
guardado, y por cada punto tu amiguito estará un mes encerrado. Así aprenderá a
obedecer a su Ama Dita.
-Intenté implorar clemencia, pero
la mordaza cumplió perfectamente su misión.
Mi ama salió un rato de la
habitación y me dejo sopesando la encrucijada. Si aguantaba sin correrme
seguramente la enfadaría y la noche iría a peor, pero si me dejaba llevar por
el placer me esperan unos cuantos meses de encierro. Tenía todas las de perder.
Mi miembro, aun algo flácido,
comenzó a levantarse nada más oír sus pasos de vuelta. Mientras ella se servía
de su arsenal de vibradores, plugs, anillos y demás herramientas para obtener
punto tras punto, yo me debatía en mis ataduras mientras en mi mente volvía el
mismo pensamiento: “me encanta que seas tan mala”.
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