miércoles, 27 de mayo de 2015

Micro relato. Cuentas.



Aquella tarde estábamos mas juguetones que de costumbre, y cuando acabamos la cena, ella se acercó y me preguntó cuando llevaba sin correrme. 

-Una semana, creo –le contesté. Aunque quizá me haya hecho algún trabajillo en la ducha. 

-En la ducha, ¿Eh? –dijo ella- vamos a la habitación. 

A continuación me llevó a la habitación y me ordenó que me desnudara. Después me puso el antifaz y el corazón comenzó a acelerarse. 



Con gran maestría y rapidez me ató las manos a los muslos y los tobillos a la barra espaciadora, dejando mis piernas bien abiertas. A continuación cogió la máscara y ajustó con fuerza las correas, la venda y la mordaza. 

Cuando me tuvo bien inmovilizado, salió de la habitación y me dejó un rato con el corazón a cien. 

A su vuelta, tras diez o quince minutos, se subió sobre mí y me cabalgó hasta llegar al orgasmo. 

Cuando terminó, jadeante, se tumbó a mi lado y sujetó con fuerza mi pene, que estaba a punto de eyacular.

Me dio tres fuertes sacudidas y llegué por fin a un intenso orgasmo. Pasaron unos minutos y pensé que Dita me liberaría de mis ataduras, pero sus planes conmigo distaban mucho de la liberación. 

-Te diré lo que va a pasar perrito mío –me dijo levantando mi pene, ya en estado flácido.

-Te voy a tener amarrado todo el tiempo que me apetezca, una hora, dos, toda la noche… y cada vez que me plazca te sacudiré la verga hasta que te corras, una y otra vez, y cada vez que lo hagas, que lo harás, créeme, sumaré un punto, y luego otro, y otro…y cuando te haya dejado seco, entonces te pondré ese aparato de castidad que tengo guardado, y por cada punto tu amiguito estará un mes encerrado. Así aprenderá a obedecer a su Ama Dita. 

-Intenté implorar clemencia, pero la mordaza cumplió perfectamente su misión. 

Mi ama salió un rato de la habitación y me dejo sopesando la encrucijada. Si aguantaba sin correrme seguramente la enfadaría y la noche iría a peor, pero si me dejaba llevar por el placer me esperan unos cuantos meses de encierro. Tenía todas las de perder. 

Mi miembro, aun algo flácido, comenzó a levantarse nada más oír sus pasos de vuelta. Mientras ella se servía de su arsenal de vibradores, plugs, anillos y demás herramientas para obtener punto tras punto, yo me debatía en mis ataduras mientras en mi mente volvía el mismo pensamiento: “me encanta que seas tan mala”.

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